15 diciembre 2008

Observaciones (parte II)


(continuación desde la entrada anterior). Como estudiante de liderazgo, soy pro-Obama. Es un líder y organizador ejemplar. No sólo habla del cambio sino que lo ha personificado. Obama, el primer afro-americano en ocupar el sillón de la oficina oval, ha terminado de un golpe con el “apartheid político” que ha contaminado el continente americano por demasiadas décadas. Ha unificado el electorado de ese país y restaurado el respeto de numerosos líderes internacionales hacia el “sueño americano”. Tiene la potencia para efectuar cambios duraderos en muchos entornos.

Pero como seguidor de Jesús, tengo que estar anti-Obama en cuanto a sus posiciones en temas vitales como el aborto, redistribución de riquezas a la fuerza, remodelación de la familia (reconocimiento de matrimonios gay, con derechos de adopción), etc. Entonces, de cierto modo, la cuestión llega a ésta: ¿Cuál es peor: un líder inepto con valores morales ejemplares (véase George W. Bush) o un pedazo de líder con un agenda opuesta a tus propios creencias y sensibilidades? Es precisamente a esta paradoja que muchos norteamericanos se están enfrentando como consecuencia de esta elección.

¿Cómo deberíamos reaccionar, entonces? Creo que la primera cosa es dejar nuestras gafas mesiánicas atrás. Los que ven a Obama como el Salvador del Mundo están tan equivocados como los que veían en George W. Bush alguien que no podía errar porque era un cristiano nacido de nuevo. No podemos entregarnos ciegamente a los pies de ningún político, no importa lo buen orador o moralista que sea. Obedecer las leyes, reconocer su autoridad, sí, pero nunca rendir nuestros derechos de observar, criticar e incluso protestar acciones que contradigan nuestros valores nucleares, ya sea el gobernador demócrata, republicano, del PP o del PSOE.

Un pensamiento final: yo, probablemente, utilizaré algunos de los discursos del Sr. Obama para instruir a futuros en el arte de la oración pública. Es así de bueno. Pero, capacidad para conmover a las masas no es siempre suficiente. Considera el triste caso de Herodes que habló como un dios pero rehusó reconocer a Aquel que instaura y derriba a los reyes y presidentes.


Hasta la próxima...