Crónicas III: New York, New York!
Bajo una ligera llovizna, nos conmovimos al ver la enorme cara sin rostro de la estatua de Libertad y pisar los pasillos de Ellis Island, donde más de 17 millones de inmigrantes procedentes de todos los países europeos hicieron cola el siglo pasado, esperando que les tocara vivir el “sueño am
Dejando atrás las luces y el ruido de la ciudad, condujimos

Fue un privilegio enorme charlar con un grupito que habían renovado su fe. Se podía percibir en sus caras la electricidad de su compromiso para aplicar su potente tradición y ética al servicio de Jesús y el resto del mundo.
Una anécdota... Penn nos albergó en una casita situada justo a la orilla de uno de los lagos más magníficos de Nueva York. Se dice que el lago Séneca es el más frío del estado así que una buena mañana, decidí que debíamos coger la canoa y remar un poco en las aguas cristalinas. Por alguna razón, ninguna de mis hijas aceptó mi amable invitación a las 7:30 de la mañana. Finalmente, Patti, mi fiel mujer, tuvo misericordia de mí y juntos empezamos nuestra corta odisea. La última exhortación de nuestro anfitrión fue, “no vayáis muy lejos de la orilla.” Pero, para un hombre de verdad, ¿qué sentido tienen estas palabras? No sabemos exactamente lo que pasó – os prometo que no lo hice a propósito – pero remando la canoa a unos 150 metros de la orilla, escuché el grito, “¡¡¡Curtis!!!” y de repente nuestro nave se volcó y nos encontramos en aguas de sólo 10ºC. Debido al choque con las temperaturas casi gélidas, evitamos los comentarios derogatorios que normalmente acompañarían una vivencia así. Debido a la hora, no hubo nadie despierto en ninguna de las casitas frente al lago a más de un campo de fútbol de distancia. Nos dimos cuenta de que nos habíamos metido en un lío.
Próximamente... El Gran Noroeste.
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