11 mayo 2010

Un cuento sobre la gracia

María nació en un pueblo cerca de Zaragoza. Fue criada en uno de esos pisos que asfixian en verano y que nunca tienen calefacción suficiente en el invierno.  Sus amigas del cole habrían clasificado su relación con sus padres como “normal” pero nadie sabía la rabia que estaba a punto de explotar en su interior. Pensaba que sus 16 años eran suficientes como para permitirle tomar sus propias decisiones sobre pendientes, tatuajes y piercings, pero sus padres tenían ideas mucho más conservadoras.

Después de una discusión particularmente agria, a través de la puerta cerrada de su habitación, gritó “¡TE ODIO!” a su padre, que había osado en susurrar “estás bien?”. En ese momento decidió poner en marcha su plan, desarrollado a lo largo de muchos meses, para fugarse de casa. Sabía que sus padres probablemente le buscarían en Madrid o Barcelona así que escogió la lejana Málaga como su refugio. Al segundo día en la ciudad costera, conoció a un hombre de Marbella que conducía el coche más grande que ella jamás había visto. Invitó a María al mejor restaurante donde había comido en su vida, mucho mejor de lo que había en su pueblo, e incluso le ofreció un lugar donde quedarse durante la noche, todo sin pedirle un céntimo. El hombre le dio pastillas que causaron sensaciones que nunca había experimentado anteriormente. En ese momento María decidió que había estado en lo acertado -  sus padres le habían privado de todas las cosas divertidas en la vida.

La dulce vida continuó por un mes, dos meses, un año. El hombre le enseñó algunas cosas que les gusta mucho a los hombres, y ella cobró un precio mayor que sus otras chicas porque todavía era menor de edad. Vivía en un ático de un hotel de lujo, con servicio de habitación cuando quisiera. Pensaba en sus padres de vez en cuando, pero su vida anterior parecía tan aburrida que le costaba incluso creer que se había criado en un lugar tan aislado como ese pueblo entre montañas.

Después de un año, los primeros indicios de la enfermedad aparecieron, el color de su piel se volvió amarillento y no podía frenar una tos constante. La actitud del hombre al que llamaban “el jefe” cambió, y de repente ella se encontró en la calle sin dinero  ni ropa adecuada para la noche fría. Su cama se transformó en piezas de cartón de un contenedor detrás del Carrefour y hojas de periódico remplazaron las sábanas de seda que antes cubrían su lecho.

Una noche, bien despierta y en alerta constante, porque una chica de 17 años en la calle nunca duerme, de repente su vida anterior pareció diferente. Los valles verdes entre montañas, llenas de prados florecientes en abril.. ¿puede algo ser más bello en todo el mundo? “Dios, ¿por qué salí? Incluso mi perro en casa come mejor que yo ahora.” Poco a poco, un nuevo plan se forjó en su corazón.

Llamó tres veces a su casa sólo para escuchar la operadora de telefónica indicando que no se encontraba nadie. La cuarta vez dejó un breve mensaje, “Papá, mamá, me preguntaba si podría volver a casa, aunque sólo sea para visitar unos días. Voy a coger el autobus desde Madrid que llega a la parada en Alfajarin a las 3 de la madrugada. Si no estáis allí, seguramente me suba al bus para seguir hasta Barcelona.”

Durante las largas horas del viaje de Málaga a Madrid, María se dio cuenta de todos los fallos en su plan. Tal vez sus padres estaban fuera y no recibieron su mensaje. Y aunque estuvieran, probablemente ya le consideraban como muerta desde hace tiempo. Quizá una idea mejor hubiera sido esperar un par de días más para asegurarse de su actitud y disponibilidad. Pero los dados ya estaban echados. Utilizó los últimos euros que tenía y algunos que no tenía para pagar el billete del autobús..

Después de cambiarse de bus en Madrid, ensayó su discurso. “Papá, lo siento. No es culpa tuya, acepto toda la responsabilidad por mis malas decisiones.  ¿Me perdonarías? ¿Podrás perdonarme?” Repetía las palabras una y otra vez hasta que su garganta se quedó seca, no había pedido disculpas a nadie por más de un año.

Podía sentir el latir de su corazón en sus oidos cuando el autocar tomó la salida para la parada de Alfajarín. El conductor escupió en el micro, “45 minutos, ¡45 minutos!”

María se miró en el pequeño espejo que guardaba en su bolso, y limpió el pintalabios de sus dientes, bajando su vista para contemplar las manchas de tabaco en sus manos. Se preguntó si sus padres se darían cuenta – es si están.

Abrió la puerta del gran comedor del terminal, no sabiendo qué esperar.  Pero ninguno de los miles de escenarios que se había imaginado se acercaba a lo que presenció aquella madrugada. Allí, entre los pasajeros exhaustos y  una nube de humo de cigarillos, no estaban sólo sus padres, sino  que se encontró con cuarenta hermanos y hermanas, tíos, tías, incluso los abuelitos, decorados con gorritas de fiesta cutres y carteles caseros en todas las paredes chillándole, “¡Bienvenida a casa!” Salió su padre de entre el ruidoso espectáculo, enterrándole en el abrazo más largo que nunca había recibido. María empezó a balbucear, “Papá, lo siento…” Pero él le calló: “Tssssss! Hija mía, habrá tiempo para todo eso luego. Ahora tenemos que darnos prisa o vamos a llegar tarde para la fiesta que te espera en casa”.

(adaptado de una historia en "Gracia divina vs. condenación humana" por Phillip Yancey.)

4 Comments:

At 12 mayo, 2010 21:41, Anonymous patti said...

I don´t find the answer to the riddles here.

 
At 22 mayo, 2010 03:44, Anonymous iris said...

muy buen mensaje! Bendiciones pastor.

 
At 01 junio, 2010 15:29, Anonymous Anónimo said...

Y que hay de la hermana mayor, que siempre saca buenas notas y nunca ha fumado un cigarrillo en su vida?

:)

 
At 01 junio, 2010 16:42, Blogger Curtis Clewett said...

La respuesta sorprendente de tu pregunta está en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:21-32). La primera lectura seguramente te producirá un sentido de injusticia. Pero en la segunda, a ver si se puede encontrar otro retrato de la gracia...

 

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