22 abril 2007

¿Estás hiperconectado?


¿Has escuchado del último aparato electrónico que Time Magazine llama el “YouTube del 2007”? Cito:

Un aspirante para el título de “YouTube del 2007” es un servicio que se llama “Twitter”. Twitter te permite proyectar a todo el mundo, vía Web, móvil o messenger, pequeñas matices de información personal: lo que estás haciendo, estás a punto de hacer, o lo que acabas de hacer. Twitter hace en Internet lo equivalente a dividir el átomo. Crea una unidad de contenido aun más pequeña y trivial que una entrada de un blog personal. Se espera una respuesta igual de explosiva. (leer el artículo original "The Hyperconnected" por Lev Grossman en inglés)

¿Estamos listos para un orden de magnitud más de comunicación virtual? Conocer justo el momento en el que tu amigo tiene que hacer sus necesidades o saber con exactitud la cantidad de mocos que alguien puede sacar de su nariz, ¿va a enriquecer nuestras vidas?

Personalmente, me encanta la nueva tecnología, y me fascinan los nuevos modos de comunicación brotando cada dos por tres. Pero ¿cuándo es suficiente… suficiente? ¿Dónde está el punto en que el deseo para la comunicación constante se transforma desde el ocio a la adición? Lev Grossman sigue:

Necesitamos un término más global, como “adicción a datos” para describir la plena hydra-headedness (hidrotozudez) del deseo ardiente para el estímulo digital que la tecnología contemporánea está creando. Cuando no viene a través de mis ojos, la información digital toma el control de mis oídos a través de mi amado iPod Mini plateado. Un sondeo hecho por la Universidad de Stanford en el otoño del 2006 encontró que 1 de cada 8 norteamericanos sufre de alguna forma de adición a Internet (¿cuál sería la cifra entre los jóvenes españoles?). No hace falta decir que este problema no destruye vidas con la ferocidad del alcohol o las drogas, pero tal vez tengamos que considerar seriamente los datos como una “sustancia controlada”…

Como cualquier vendedor de estupefacientes, servicios como Twitter no llegan a las necesidades existentes, sino que crean nuevas y entonces las rellenan. Ven a nosotros envueltos en la retórica de conexión interpersonal, creando un sentido de que nuestros amados, (a lo mejor los que nos caen bien o por lo menos los que toleramos), están virtualmente cerca, no importa a qué distancia se encuentran de nosotros en el mundo real. Pero me pregunto si estamos subestimando el efecto contrario: el coste que estamos pagando en desconectarnos de nuestro entorno, en nuestra dependencia a una fuente continua de atención electrónica para respaldar nuestro ego, y sobre todo, en una falta de capacidad para estar a solas con nuestros propios sentimientos – ese precioso fluir de datos analógicos que no provienen desde fuera sino desde dentro.

09 abril 2007

Médicos o árbitros...

Ya hay una discusión interesante ocurriendo como resultado de un post anterior (ver comentarios adjuntados al post del 16 de febrero). Me gustaría extraer un pensamiento del intercambio de ideas.

Cuando hablamos de curar los malos de nuestra cultura, hace falta más médicos que árbitros.

Los dos se encargan a juzgar una situación e identificar el problema. El árbitro acaba su trabajo por mostrar una cartulina amarilla o roja (y correr a los vestuarios si es una decisión impopular), mientras el médico no sólo destaca el mal sino busca el medicamento adecuado para curarlo.

Por cada 100 personas que puedan criticar, tal vez hay uno que aporta una posible solución y tiene suficiente voluntad para probarla. Dame cien de estos individuos y juntos cambiaremos el mundo...