Pisando tierras prohibidas

(Segunda postal desde la China) Nuestro segundo día en China comenzó temprano. A las 8:30 salimos para más aventuras en la fabulosa “ciudad prohibida” – durante siglos la residencia del gran emperador de China y su corte – ahora abierta a los miles de turistas que admiran los palacios que encierran 9.999 y ½ habitaciones. (El emperador, fue considerado como sólo un paso bajo el cielo donde hay 10.000 habitaciones, por eso la cantidad de cuartos resulta tan interesante).
Pasamos por la plaza de Tienanmen. Ahora, familias como nosotros podemos posar para fotos de navidad sobre las mismas piedras donde miles de estudiantes se manifestaban y luego fueron aplastados por el gobierno hace pocos años. ¡Surreal!
Completamos el día con una visita a la ópera de Beijing. Trajes asombrosos, pero los cantantes no fueron exactamente Pavarotti, y los oídos occidentales no pudieron reconocer como música el ruido constante de tambores, platillos y un violín ‘funky’ que sonaba como una goma estirada.
El último día de turismo decidíamos hacer frente al reto de Mao Ze Dong para convertirnos en héroes: subir la gran muralla. Una de las dos obras humanas que se pueden ver desde el espacio (no nos dijeron cuál fue la otra), la Gran Muralla de la China extiende a lo largo de más de 5.000 kilómetros sobre la cordillera que separa la China central de Mongolia y Manchuria hacia el norte. La construcción requirió siglos con más de 2 millones de obreros y esclavos (muchos de los cuales están enterrados en la misma muralla, según el guía) y fue levantada para proteger la China contra sus enemigos norteños. Lamentablemente, los invasores lograron sobornar a un general que les dejó pasar por una sección desprotegida, y cómo se dice aquí, “así se hace añicos la galleta de fortuna”. Hay una lección en eso, seguro.